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La agresión en los primeros años de vida del niño

¿Cuándo aparece el comportamiento agresivo en los niños?

Las investigaciones realizadas indican que en las interacciones que progresivamente los niños van estableciendo con los demás a partir del nacimiento, el comportamiento agresivo aparece muy tempranamente. En efecto, Landy y Peters (1992) reportan manifestaciones de agresión en respuesta a emociones intensas en bebés de cinco meses (por ejemplo, halar el pelo). De acuerdo con Tremblay (1999), a la edad de 17 meses cerca de la mitad de los niños que ellos estudiaron empujaban a otros y el 25% daba patadas. A los 2 años, alrededor del 80% de los niños había sido alguna vez físicamente agresivo con otros. De esta forma, se considera que la agresión es normal y común en la primera infancia. Adicionalmente, Tremblay (2002) logró constatar que la agresión física se incrementa durante los 30 primeros meses de vida, presenta su pico más alto a los 2 años y medio, y posteriormente declina. Menos niñas que niños alcanzan los niveles más altos de agresión y las niñas tienden a reducir la frecuencia de su comportamiento agresivo más temprano. Esta última tendencia también se encontró entre niños y niñas de la ciudad de Medellín. (Agudelo et al., 2002)

De esta forma, Tremblay (2002) hace notar el uso espontáneo de la agresión en la muy temprana infancia y señala que los años preescolares constituyen el período en el que los niños aprenden a regularla. En efecto, durante la primera infancia generalmente el contexto social socializa a los niños para modificar sus comportamientos agresivos y contribuye a que desarrollen competencias que incrementan su capacidad para regular sus emociones y desarrollar conductas alternativas a la agresión. Cuando por diversos factores los niños no desarrollan estas competencias, presentan un déficit considerable en sus relaciones sociales con sus cuidadores y pares. A juicio de Keenan (2002), los niños pre-escolares que fallan en el desarrollo de competencias que regulan su agresión están en un alto riesgo de presentar problemas de conducta y un comportamiento agresivo y antisocial crónico.
Klevens (2000b) considera que la agresión se configura como un problema de comportamiento cuando es persistente y los niños la exhiben en diferentes contextos. Además, junto con los comportamientos agresivos, los niños presentan otras características como destructividad, impulsividad, desobediencia, comportamiento oposicionista, reacciones agresivas a la frustración
como las “pataletas” y las “rabietas”, las mentiras o trampas, errores en la interpretación de los estímulos con tendencia a atribuirles hostilidad, hipervigilancia y alta sensibilidad a los estímulos negativos, repertorio limitado de alternativas frente a la solución de conflictos y percepción de las soluciones violentas como las más efectivas. Adicionalmente, es frecuente que los niños con problemas de comportamiento agresivo presenten también hiperactividad y déficit de atención, así como algunos de los trastornos del aprendizaje que inciden en el rendimiento académico.
Aunque en nuestro medio no existen estudios epidemiológicos que señalen la prevalencia de niños menores de seis años con problemas de comportamiento sobre muestras nacionales, Campbell (1995) plantea que en los Estados Unidos, en un grupo de niños de edad pre-escolar, entre el 7% y el 15% presentan este tipo de problemas. De ellos, no todos se vuelven adultos violentos o criminales pero su probabilidad es bastante alta. Puede agregarse que en un estudio realizado en la ciudad de Medellín con 714 niños y niñas de pre-escolar y primero de primaria, se encontró una prevalencia del 13% de alumnos con comportamientos agresivos, ya que 92 de ellos recurrían a algún tipo de agresión, ya sea directa (física y verbal) o indirecta (relacional o a través de otros) (Agudelo et al., 2002). Dos años más tarde, en la evaluación del modelo de prevención temprana de la agresión que se viene desarrollando en esta ciudad, se encontró en el pre-test que en una muestra de 699 niños entre los 3 y 11 años, la prevalencia de agresividad directa e indirecta fue de 6,2% y que entre los niños de edad preescolar, de 3 a 5 años, ésta fue de 4,9% (Hernández, Gómez, Morales y Arias, 2005).

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando un niño no logra aprender a regular su agresión durante la primera infancia ni en la etapa escolar, y presenta los problemas de comportamiento antes descritos? Infortunadamente el pronóstico que se puede hacer sobre estos niños es muy negativo, ya que tienen mayores probabilidades de sufrir más adelante diversos problemas. Dentro de éstos se encuentran un pobre desempeño académico, deserción escolar, consumo de alcohol, adicción a sustancias psicoactivas, precocidad y promiscuidad sexual, infracción de normas de tránsito, inestabilidad laboral y afectiva, violencia intrafamiliar, delincuencia y criminalidad adulta (Klevens, 2000b). Así, es evidente que prevenir este tipo de trayectorias vitales es muy conveniente, no sólo teniendo en cuenta la situación de quienes las viven, sino también por los efectos psicosociales y los costos económicos que generan en la sociedad.

FUENTE:
LA PREVENCIÓN TEMPRANA DE LA VIOLENCIA: UNA REVISIÓN DE PROGRAMAS Y MODALIDADES DE INTERVENCIÓN. JUANITA HENAO ESCOBAR. PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA – UNIVERSIDAD DE LOS ANDES. 2005.

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